Entre los siglos XVII y XVIII, el retrato es el estilo más apreciado; en consecuencia se desarrollan técnicas y efectos únicos.
Jugando entre tonos pastel y colores delicados, todo el retrato está impregnado de una sensación de paz y serenidad. Confirmado por la intensa mirada de la mujer.
Gracias a las pinceladas que fluyen, parece vislumbrar un movimiento casi imperceptible en la pintura.
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